Tu cuerpo entero, de extremo a extremo del ala, no es más que tu propio pensamiento, en una forma que puedes ver. Rompe las cadenas de tu pensamiento, y romperás también las cadenas de tu cuerpo. By Richard Bach en "Juan Salvador Gaviota".



sábado, 22 de diciembre de 2012

El Club de los poetas muertos

Resulta ser una película apasionante y especialmente conmovedora que invita a reflexionar a cerca de la influencia del plan educativo en esta sociedad, una sociedad que restringe y limita una gran parte del potencial propio que posee cada alumno. Intenta que reflexionemos acerca de la educación académica que reciben los alumnos en Estados Unidos, y sobre la necesidad de un cambio radical si lo único que se pretende es empujar a los alumnos a no pensar por sí solos de un modo inteligente y creativo. Se busca la creación de una especie de correctos adultos diseñados en serie, e inmejorables para adaptarnos en nuestro círculo social y conservar hasta el fin de la raza humana los prejuicios de siempre y las relaciones sociales similares a las de nuestros mayores.
 “El Club de los poetas muertos” es un juicio muy severo hacia esa sociedad que está representada por profesores y padres que lo único que desean son alumnos e hijos ejemplares, que sean silenciosos en el aula, obedientes e inmejorables, que consigan el éxito en sus estudios, y que logren las mejores notas, sin detenerse a reflexionar, que como humanos que son: poseen el derecho a pensar por sí solos, tienen el derecho de elegir su propio camino, el derecho a vivir su propia vida, y que lo que a ellos les compete es ofrecerles la mejor enseñanza, los mejores consejos, permanecer a su vera y tenderles la mano para que logren su deseado destino.
Si implantamos normas y formas de comportamiento, sin ofrecer ninguna alternativa para que sean entendidas y respondidas, si se evita la escucha, y no se quiere comprender sus razonamientos para posteriormente poder compartirlos, su confianza se perderá por completo, y por lo tanto será inevitable llegar a ser sus enemigos.
Robin Willims, que da vida a un personaje de un modo extrordinario, nos proporciona las pautas y los secretos para un completo desarrollo y para una forma de ver la vida, en la que continuamente domine el optimismo, el júbilo, el buen humor, el entusiasmo y el ser honorable. “Carpe diem”, no se agotaba de reproducirlo continuamente el profesor protagonista y eso es lo tendríamos que hacer en todo momento, extraer lo positivo y evadir lo negativo, no claudicar, luchar por lo que creemos y al final, cuando los días se nos terminen, poder lanzar la mirada hacia atrás y pensar con sosiego, que con veracidad, en nuestro paso por la tierra dejamos marcada alguna huella, ya que no desperdiciamos la ocasión de vivir. Éste les echa una mano a sus alumnos para encontrar su s caminos, destruyendo varias pautas de la escuela habitual.

Tratar de enseñar a los alumnos a razonar y a realizar una crítica reflexiva es un objetivo que constantemente nombramos como inherente a la ocupación del educador. No obstante en muchos casos esto no va más allá de ser una enunciación de buenas intenciones.
Loros en vez de seres reflexivos, receptores en vez de evaluadores es el producto razonable de las maneras en las que transmitimos lo que enseñamos, que muestran estas según las cuales nos han hecho aprender. Así mismo en el momento en el que se habla de la obligación de clarificar y tomar conciencia de la forma en que nos introducimos en esa trama represora de relaciones tenemos que concienciarnos sobre la idea de poner en práctica la creatividad como la mejor medicina contra la eterna y constante repetición.
Tendremos que adaptarnos a un sistema, abstenernos de múltiples cosas, asesinar esa libertad que tanto se echa en falta, pero jamás releguemos la idea de que un día las rosas se marchitarán, de que llegará un día en que dejemos de existir y que debemos intentar ser libres aunque solo sea en pensamiento; el término medio sería intentar vivir dentro del sistema, no obstante, es preciso luchar por no ser un robot más del sistema.  Razonar y proceder por uno mismo, a pesar de que no siempre se ofrecerá la oportunidad de que el sistema apruebe o admita nuestras acciones.

sábado, 15 de diciembre de 2012

El valor educativo del movimiento desde otras perspectivas

El término “movimiento” es muy significativo dentro de la educación, sobre todo en los períodos más básicos del aprendizaje del individuo, y la muestra de ello es que el uso del movimiento es lo que determina a la educación física como un campo de actividad incluido en un todo de actividades que conforma la educación.
Es un componente esencial incluido en la educación psicomotriz, que utilizaremos como base de sustentación en los aprendizajes dentro de la escuela, y todavía más desde que la escisión entre mente y cuerpo del dualismo cartesiano va desapareciendo de los programas educativos. La representación educativa del movimiento es totalmente consciente, a la par que racional, y así mismo contiene un elemento simbólico y afectivo.
En el campo de la Educación Física, haciendo mención a la psicocinética, el movimiento de las personas es empleado como un procedimiento general de la educación. Según Jean Le Bouch, descrito con mis propias palabras, el  desarrollo psicomotor del infante es el cimiento fundamental de su personalidad, interpretado en su esquema corporal, y a partir de éste nos tenemos que proponer como meta de nuestra tarea educativa: el modo de enriquecer el saber y el beneplácito de uno mismo, el modo de mejorar la adaptación de su comportamiento, el modo de conseguir una verdadera autonomía del individuo y el modo de conseguir que el aprendiz pueda acceder a distintas responsabilidades en el ámbito de la vida social.
Al examinar detenidamente la ejecución de deportistas de un deporte concreto, en los que prevalece la consecución de la eficiencia máxima, se observa que muestran una sucesión de patrones de movimiento que expresan la ejecución eficiente de su capacidad por medio de una actuación sosegada, adaptabilidad, una alternativa adecuada entre las distintas opciones probables, una idónea percepción del entorno, habilidad en la ejecución del movimiento junto con un verificable nivel de automatismo.
El movimiento hace posible complacer el potencial de desarrollo humano, con la búsqueda de dos objetivos: la estabilización psíquica y una eficiencia fisiológica. Una estabilidad psíquica produce: placer por el movimiento; un desafío; conocimiento de uno mismo; catarsis.
El movimiento hace posible a la persona controlar el medio físico y amoldarse, por lo que logra la ubicación espacial, una experiencia bidireccional y de feedback entre el medio y el propio cuerpo, ya que le hace posible percibir y sentir: la ubicación, es decir, el punto de partida inapelable para trasladarse y situarse en el espacio; la relación con los individuos y los objetos; la utilización de objetos, a los que le proporciona empuje y de los que es posible digerir su fuerza; la consciencia y emplazamiento de su movimiento; la propulsión y conducción de los objetos; la utilización de pesos, ya que con ello es posible sostener, aguantar y trasladar masas; el poder recibir objetos y tener la capacidad para  interceptarlos, aminorando su inercia o mitigándola por completo.
El ser humano se desplaza pretendiendo relacionarse con el resto de los individuos por vía de la integración social, la implicación cultural y la comunicación. 
El movimiento dispone de unas utilidades educativas de las que puedo precisar en funciones: agonísticas, impolutas, funcionales y anatómicas, estéticas, placenteras, comunicativas, expresivas, de conocimiento, etc.
Platón y Locke piensan e interpretan el movimiento de la misma forma: “El alma es el principio del movimiento, y el cuerpo el instrumento. El movimiento es el alma que anima el cuerpo, y parece posible educar el alma por intermedio de la animación o el movimiento, al menos aquella parte del alma relacionada con la voluntad, la valentía, el carácter, entre otras”.

lunes, 10 de diciembre de 2012

La clase

Una película-documental indispensable. Es la crónica de la vida en una clase donde quinceañeros de un barrio marginal de París se relacionan todos los días con sus profesores. Éstos pelean diariamente por conservar la pasión por educar a sus alumnos: una banda de 25 adolescentes que no han escogido permanecer juntos, no obstante, tendrán que trabajar durante un curso entero entre cuatro paredes. El caos del sistema educativo, la ausencia de sentimiento de pertenencia a su propio país, la inmigración, son factores combinados con una fase de aprendizaje de la democracia a pequeña escala. El film intenta mostrar que los institutos son sitios donde entran en juego temas de desigualdad o igualdad de oportunidades, de empleo y de autoridad, de marginación, de integración social y cultural.

Lo que sin duda me ha mantenido cautiva durante todo el film es el personaje de François. Pasa de un extremo a otro, de tener feeling con sus alumnos a llegar a la impotencia en tan sólo un segundo. Resulta extraño encontrar profesores que se arriesguen tanto como él durante sus clases. Normalmente no se arriesgan a tropezar, a hundirse. Resulta más viable impartir unos conocimientos a través de una clase magistral que tratar de hacerles partícipes a cada uno de los alumnos sin que éstos lo noten. Para ello es necesario abundante sangre fría. El momento en el que un profesor dialoga con sus alumnos como si de adultos se tratara, puede ser una tarea extremadamente dura, no obstante, es una manera de considerar que tienen un papel vivo en el aula. La metodología empleada por François es sin lugar a dudas respetable porque trata a sus aprendices como interlocutores útiles. A menudo critica a sus alumnos y a veces  hasta les da donde más les duele, no obstante, son empujados por él para llegar más lejos de lo que están. Si hablamos de democracia en una clase, sin dudar es en la de François. Nos encontramos ante un hombre dialogante, con un gran poder de improvisación para hacer que estos jóvenes se encuentren a gusto y participen en igualdad de condiciones, sin embargo, en algunas ocasiones topa con el rechazo, la insubordinación, la insolencia y en ocasiones la rebelión. Su inquietud por no querer aislar a nadie y a la vez conservar la disciplina es un reto constante capaz de frustrar hasta al más experimentado, o incluso llegar a crear una reacción en un momento inoportuno con graves resultados.

François era feliz en una clase con veinte cinco adolescentes tratando siempre de hacerles reflexionar con él, casi como iguales. Dentro del aula, la capacidad intelectual está en juego constantemente, y en los malentendidos y los conflictos también. Apostar por el intelecto atañe la forma particular y nada ortodoxa en la que François desempeña su trabajo. No se intentaba hacer pasar a éste como un superhéroe, sino enseñar que, en el momento en que uno se arriesga, es posible que las cosas salgan mal, pueden surgir malentendidos. En las disputas, no gana siempre el profesor. Puede proponer preguntas y poner a sus alumnos en una situación incómoda, no obstante éstos pueden también plantearle preguntas complicadas. Como ejemplo, el momento en el que François responde que la disimilitud entre la lengua escrita y la hablada radica en la intuición. Carece de argumentos, los alumnos le preguntan y tiene que responder. La secuencia en la que Souleymane le pregunta abiertamente si es homosexual, la gran mayoría de los profesores evitaría este tipo de preguntas o incluso llegarían a sancionarle. No obstante, François disfruta con situaciones similares porque puede obtener algo positivo de ellas y arremeter contra el arcaísmo del aprendiz. Es una especie de pacto de igual a igual: contigo me meto, no obstante dejo que me sueltes sarcasmos o que me llames marica.

El film ofrece un contrapunto mostrando lo que sucede en la sala de profesores, lugar en el que la motivación, el desaliento o el fracaso puede observarse muy a menudo.

Profesores y alumnos disputaron un partido de fútbol el último día de curso. Más que un intento de apaciguamiento, es una demostración de que se ha conseguido el propósito del plan escolar: hallar modos de convivencia, y comprender cómo acoplar sus piezas en el puzzle social.

El film no trata de resguardar a unos y asaltar a otros. Todos pueden ser delicados y deslumbrantes, con instantes de humor y de ruindad, de lucidez o de invidencia, de entendimiento o de injusticia. El film transmite un comunicado positivo porque admite que la escuela es en numerables ocasiones un caos total. Se suceden instantes de abatimiento, sin olvidar también instantes de alegría. Y de este enorme alboroto brota suficiente inteligencia.

Conceder atención a lo que ocurre en la clase posibilita realizar un juicio apropiado y a largo plazo sobre el porvenir de un estado, algo que los jefes de estado suelen desatender ya que los frutos del sacrificio no son inminentes. Hacer frente a la cuestionada educación vigente es una labor pendiente y esencial, y más aún en época de vacas flacas.

lunes, 3 de diciembre de 2012

¿Qué me ha supuesto leer Mal de escuela?

Un gran libro sí señor. Te ayuda a ver la educación con otros ojos. Te enseña a ver que nos encontramos inmersos en un sistema educativo en el que lo único que prima es tu calificación final. El cómo se nos obliga a aprender de memoria una serie de conocimientos que posteriormente vomitaremos sobre un papel, sin tener en cuenta si realmente hemos aprendido la lección impartida. Un alumno puede perfectamente comprender la materia y sin embargo, llegar el día del examen y quedarse en blanco. Es un gran tropiezo en el que muchos caemos y puede llegar a afectarte de mal manera que sientas que no estás diseñado para estudiar si no creado y producido para un inevitable fracaso escolar.
Resulta inevitable hacer incapié en el “zoquetismo”. Pennac era un absoluto zoquete durante su infancia. No comprendía los contenidos impartidos por los docentes y ello le conducía a un estado de frustración innegable que provocaba en él la pérdida del interés por aprender en la escuela. Hace mención a cómo según quien imparta la materia y el cómo lo haga puede condicionar tu interés académico por las asignaturas. Hasta que llegó al internado, Pennac no era consciente de su gran potencia intelectual y es que resulta que en el pasado, sus maestros no eran capaces de sacar “lo mejor” de lo “peor”. Éstos tan sólo se limitaban a entrar en el aula, impartir una materia “a toda máquina” y posteriormente retirarse al aula de al lado para continuar con el mismo proceso en el resto de cursos. A los maestros no les importaba demasiado el hecho de que un alumno pueda aprender la materia y otro no. Daban lecciones de lo mismo para todos y de la misma forma sin querer darse cuenta de que hay alumnos que tienen una mayor dificultad para comprender un concepto, una operación matemática, etc. Muchos de éstos alumnos “fracasados” para los maestros, se sienten como Pennac, es decir, poco inteligentes. Se les cuelga una etiqueta de “tontos” y ellos automáticamente se dejan envolver en un abismo intelectual del que muchos nunca llegan a salir. Éstos niños no son zopencos, simplemente no se ha sabido sacar lo mejor de ellos. Son niños desaprovechados, niños que pueden caer fácilmente en una exclusión social provocada por este fenómeno llamado fracaso escolar. Éstos deben ser detectados precozmente para con posterioridad poder ser estimulados para fomentar su interés por las materias. No podemos dejar que niños como Pennac vivan su infancia con semejante agonía. Hay que ayudarles a aprender por otras vías, todas las que sean posibles, pero hay que ayudarles porque este proceso de enseñanza-aprendizaje es lo que condicionará su futuro para bien o para mal. El juego por ejemplo es muy educativo  y Pennac lo defiende en su libro. Es preciso cambiar ésta enseñanza tradicional y abrir paso a otra que nos ayude a saber desenvolvernos productivamente en el mundo laboral.
Aunque suene a típico hablar de la historia de Maximilien, deseo hacerlo. Para mí el autor obró de una manera inmoral, aunque tenía su parte de razón, pero aún así, no empatizo con su manera de actuar. Está claro que el joven tuvo muy poca educación a la hora de pedirle fuego, por no decir ninguna, ya que éstas no son formas, pero tampoco es motivo para negarle ayuda a alguien que lo necesita. Maximilien, después del pequeño incidente le pidió ayuda a Pennac para redactar un texto, éste se la negó y posteriormente le dio una charla sobre los buenos modales a utilizar en el momento de pedir ayuda. Pennac debió haberle ayudado y luego echado la charla. Quiero dejar expuesta una clara comparación sobre el suceso: “es como si un inepto se introduce dentro del mar con bandeja roja y se encuentra en una fase de ahogamiento ,el socorrista se percata de la situación que está sufriendo el inconsciente y en vez de actuar se queda de brazos cruzados”. No!!!!!  Primero sálvale del apuro, y luego, le echas la charla...Si sus antiguos maestros hubieran actuado todos de la misma forma en la que lo ha hecho Pennac, a día de hoy éste nunca hubiera llegado a ser lo que es hoy, un antiguo zoquete.
Para finalizar, me gustaría comentar que yo me he llegado a sentir zoqueta en cuestiones académicas en numerosas ocasiones. De hecho, creo que a todo el mundo le ha pasado alguna vez que no ha llegado a comprender algún concepto de una materia concreta, un texto, etc. Creo que es algo totalmente humano y que debe estar lejos del desprecio propio por no llegar a comprender. La universidad, es el gran salto hacia la creencia del zoquetismo…